martes, 27 de agosto de 2013

De cuentos y lecturas (recuerdos que me asaltan sin pedir permiso)


Mi abuela Estefanía había tenido un accidente cerebro vascular siendo joven. El ACV no le había dejado secuelas que se pudieran percibir a simple vista u oído: ni problemas motrices, ni dificultad al hablar. Sin embargo, le había dejado una incapacidad que yo –como niña-nieta- no sabía que tenía: había perdido la capacidad de leer. Podía reconocer las letras por separado, pero no podía asociarlas para armar palabras o frases en una lectura.
Mi abuela era una genial “contadora de cuentos”, ya fuera en las siestas con la media luz proveniente del patio que se colaba por los espacios de las celosías de la puerta-ventana de su habitación de casa chorizo típica rosarina, como en las noches en que dormía con mis hermanos y conmigo cuando nos visitaba en San Nicolás, la magia de los mundos, personajes y situaciones que creaba, lejos de inducirnos al sueño, nos hundía en el disfrute de prolongar la vigilia.
No recuerdo que se haya negado nunca a mi “Abuela, ¿me contás un cuento?”, como a mi pedido de que me leyera un libro. El libro que acompaña esta nota, es el que me abrió los ojos a ese “problemita” que ella tenía y por eso el recuerdo es tan vívido. Algo muy común en nuestras visitas a Rosario, era que mis padres me dejaran con mis abuelos y ellos se fueran a hacer compras y trámites. (Este recuerdo es de cuando mis hermanos no habían nacido… aunque tal vez Vero sí existiera, pero era tan bebé como para que mis viejos la llevaran con ellos). Mis padres volvían de esos paseos de mañana rosarina con algún regalito para mí. Ese día el regalo fue este libro: “Las aventuras del Barón Münchhausen”, de la colección Grandes álbumes infantiles, de Editorial Sigmar. Feliz con mi nuevo libro, con la más absoluta naturalidad en mi inocencia, le pedí a mi abuela que me lo leyera… y ella accedió, como siempre lo hacía, y llenó de voces impostadas, tonos altisonantes, exclamaciones y susurros, los diálogos de los personajes que aparecían en las ilustraciones. Y yo, feliz. Pero vieron cómo son los niños de memoriosos… El tema es que el libro “leído” por mi abuela me gustó tanto, que le pedí que me lo leyera nuevamente. Y claro: la segunda lectura no coincidió exactamente con la primera y eso no sólo me sorprendió, hasta recuerdo haber sentido un cierto enojo. Y se lo hice saber, espetándole un “Abuela, no lo estás leyendo bien. El cuento no era así”. Mi abuela me miró con esa mirada mansa que siempre me dedicaba y me explicó su incapacidad. No recuerdo cómo me lo explicó, como para que yo con mis tres o cuatro años, entendiera, pero sí sé que entendí. Tanto entendí, que la realidad de esa incapacidad suya para con la lectura, me pareció aún más fascinante que sus cuentos. Se volvió más especial aún, a mis ojos, esa abuela que ya de por sí lo era. Y en esa crueldad ingenua que caracteriza a los niños, durante mucho tiempo, cuando ya empecé a leer palabras y frases por mi propia cuenta, le pedía que leyera carteles letra por letra, para luego yo leer la frase completa… Y un día, ya siendo más grande yo, ella, en nuestra casa en San Nicolás, tomó ese libro, el del Barón Münchhausen de mi biblioteca, y me pidió: “Marcelita… ¿me leerías este libro?”