Los que me conocen, lo saben. Acá, creo que ya lo dije más de una vez. Me encanta recibir y enviar correo. Del tradicional. Ese sobre o paquete que te entrega, en mano, el cartero que llegó a tu casa en moto -o mejor aún, en bici-. Encontrarme con el sobre en la mano, leer mi nombre escrito de puño y letra del remitente. Abrirlo con cuidado de no rasgar nada de lo que contiene, y descubrir la sorpresa en su interior...

Una vez más, el cartero se ligó una sonrisa, al darme un sobre que me mandó Vero. Una delicadísima tarjeta navideña hecha a mano. En realidad, en rigor de verdad, si no fuera por la fecha y por la dedicatoria (cómo me gusta reconocer a las personas en el trazo de su escritura... en la expresión de ese trazo...), la tarjeta bien podría no haber sido navideña. Justamente porque no tiene la estética a la que estamos acostumbrados para estas épocas. Y es éso, lo que más me gusta de esta tarjeta.
Vero: tu tarjeta es bellísima, y tu gesto al enviármela, lo es más aún.
Ya lo he dicho en más de una ocasión: estas pequeñas cosas, me hacen feliz.
A los que no la conocen, los invito a pasar por
El Pozo Voluptuoso, el rinconcito turquesa, de
Veroka.